Mientras en Buenos Días a Todos dicen que salgamos con poleras, en Valparaíso la garuga matutina nos hace olvidar que es 22 de enero. La bruma empaña mis lentes mientras me dirijo a la micro.
Desde la oficina se ve el mar, las nubes a medida que avanza la mañana se abren sobre el horizonte y por la tarde, luego del almuerzo, el sol ya sale en todo su esplendor y me invade una somnolencia que sólo logro espantar parcialmente con un poco de café y algo de música para despertar.
El sonido de teléfonos, personas y computadores lentamente se desvanece hasta desaparecer mientras el ascensor desciende hasta el acceso principal del edificio.
Son las seis de la tarde y es mi último día de trabajo. Respiro profundo el aire fresco que viene desde el mar, sonrió, tomo mi bolso y camino hasta la micro.
Durante 5 semanas me dedicaré a pasear, bostezar, fotografiar, leer, dibujar, conversar, abrazar, dormir y regalonear.
Por las tardes caminaremos por la ciudad, iremos al gimnasio y nos tentaremos con algún tentenpié junto a Macarena. Pasearemos por la feria de Avenida Argentina y llenaremos nuestras bolsas de sandías, melones, duraznos, tomates y choclos. Dormiremos largas siestas y nos concentraremos en disfrutar, disfrutar y disfrutar.
A esta hora, en Valparaíso la gente se aglomera en torno a los Carnavales Culturales... Yo sólo siento flojera y ganas de trotrar lento por el Paseo Wheelright, mientras escucho algo de música pop y no dejo de sorprenderme: por fin estoy de vacaciones.
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