La primera vez que fuimos a La Concepción fue un 25 de junio de 2008. Luego del trabajo con la negrita fuimos al gimnasio y tras hacer una clase de
combat, como que no quiere la cosa, le dije si le tincaba ir a comer algo rico por ahí.
Fue la Carola quien me dio el dato. Ella además fue complice en todas las acciones previas a esta invitación. Carola me ayudó en la búsqueda de anillos, tanto en Santiago como en Valparaíso, así como a dar con este restorant que yo nunca había escuchado.
Ese día cumplimos 6 años desde que nos besamos por primera vez en una casa de Playa Ancha. Macarena sonrío y me dijo que bueno.
Nos subimos al auto y partimos al cerro Concepción. Cuando llegamos al restorant no había nadie salvo los mozos. Subimos la escalera hasta el segundo piso, buscamos una mesa con vista a la bahía y pedimos dos pisco sours.
Al igual que ayer, cuando volvimos a La Concepción, el mozo nos dio la opción de elegir un pisco sour rústico o uno tradicional. En aquel invierno del 2008, optamos por el segundo.
Tomados de las manos sobre la mesa, con la bahía de Valparaíso iluminada por algunos barcos como telón de fondo y con Radio Romántica como banda sonora, esta cita improvisada ya parecía algo sospechoso para Macarena.
Ella sacó de su chaqueta un regalo y me lo entregó junto con un beso. Yo metí mi mano al bolsillo, respire profundo, toqué con mis dedos la pequeña caja y la miré a los ojos. Los pisco sours estaban a la mitad, en la cocina del restoran el chef arreglaba los último detalles del plato... Y entonces yo le dije: ¿Te quieres casar conmigo?
Sí, me dijo ella, con su sonrisa radiante y sus ojos a punto de dejar caer un par de lágrimas. Nos besamos, nos abrazamos y mi negrita se puso su anillo nuevo mientras lo miraba sonriente.
Cómo no recordar esto, cuando el día de ayer volvimos a subir las escaleras de La Concepción, esta vez junto a la familia de Macarena. Uno a uno, primero la Cata, seguida de Belén, después Isabel, Macarena, yo, el mozo, Pablito durmiendo en el coche y Milton; quien para celebrar por segunda vez su cumpleaños, nos invitó a todos a cenar.
El lugar estaba igual. Desde la ventana se veía como reparaban un barco, las luces de Viña a lo lejos y el mar como un fondo negro que se fusionaba con el cielo. Imposible no contar esta historia en la mesa, mientras disfrutábamos de un pisco sower tradicional y comíamos ceviche y machas a la parmesa. Eso como antesala de mi plato de ñandú con risoto al espárrago, los camarones de Macarena, el pastel de jaiva de Belén o el costillar de la catita.
Tres años después, seguimos disfrutando de la vida. Juntos y en familia.
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