Aquella mañana de invierno el sol resplandecía sobre Atenas. Junto a Macarena desayunamos en el Hotel Fivos y luego tomamos el metro hasta El Pireo, puerto de la ciudad.
Cuando bajamos del metro descubrimos una feria libre, donde los vendedores ofrecían a viva voz electrodomésticos, telas y discos. El lugar estaba repleto de gente circulando en todas direcciones.
A sólo algunos pasos de ahí estaba el gran puerto del Pireo. Atrevesamos un pórtico y caminamos hasta una boletería donde compramos dos tickets para irnos en ferry hasta la isla más cercana. Corrimos desde la boletería al barco y partimos rumbo a isla Egina. Desde la cubierta pudimos ver cómo Atenas, inmensa, portuaria e industrial se alejaba mientras nos internábamos en el Mar Egeo.
Tras una hora de viaje desembarcamos en Egina. Como en una postal, el cielo estaba celeste, el mar quieto y las casas desplegando sus colores a lo largo de la bahía, llena de botes pintados en tonos blancos y azules, como la iglesia que descansaba sobre el puerto. Al lado de la pequeña construcción religiosa, una señora de canas, vestido café y rostro curtido por el tiempo, sacaba desde las red unos pulpos y los depositaba sobre las rocas.
Nuestros pies tocaron tierra firme y nuestras bocas dibujaron sendas sonrisas. Estábamos ahí, dentro de la postal griega, respirando paz y armonía bajo un suave sol invernal. No podíamos creerlo.
A poco andar por la bahía nos encontramos con tres griegos que conversaban animadamente. Uno de ellos nos saludó y preguntó de donde veníamos. Con mi rudimentario inglés le dije que veníamos de Chile. El hombre esbozó una sonrisa y exclamó: "¡Ah! Salvador Allende... Presidente de Chile y muy buen escritor... amigo de Pablo Neruda". Por un momento me sentí orgulloso. Era la primera referencia hacia nuestro país que iba más atrás en la historia que los mineros, el terremoto y Zamorano.
Luego de recorrer la bahía y ver un barco que vendía frutas y verduras, un pintor retratando el paisaje y una pequeña plaza para los niños del sector, volvimos hasta el pequeño mercado de pescados y mariscos, buscamos un restaurant y pedimos ensalada griega, "boiled octupus" y "red mullet". La ensalada griega es bien similar a la que comemos en Chile, sólo que en Grecia el queso se llama "feta" y va entero sobre la lechuga y el tomate, bañado con una buen porción de aceite de oliva y orégano. El "octupus" era un pulpo cocido en su tinta con pequeñas cebollas, servido en un plato hondo. Su aspecto no era muy amigable, sobre todo por los pequeños tentáculos. Pero si uno miraba hacia otro lado y se concentraba en el paladar descubría una carne blanda y suave, el sabor fuerte del aliño y unas cebollas que se deshacían en la boca. 100% recomendable. Finalmente, el "red mullet" eran pequeños pescados del Mar Egeo, servidos completos (con sus cabezas y colas), fritos, de rico sabor y elevado precio. Ya que no había cerveza Mythos, el almuerzo lo acompaños con una cerveza holandesa, Amster, y un vaso de Fanta, muy distinta a la que tomamos nosotros, con menos azúcar y poco colorante, casi transparente.
Para bajar el almuerzo y tener una mejor visión de la isla, arrendamos dos bicicletas y partimos a recorrer el borde costero, desde una punta a otra de Egina. El paisaje que descubrimos era de ensueño. Con pequeños cambios de pendiente, algunas curvas y árboles, el escenario de fondo era el mar azul, con un cielo despejado, bordeado por pequeñas casas, árboles y praderas. Al final del camino llegamos a un embarcadero de yates, con un paseo peatonal donde la gente disfrutaba del paisaje tomando café o cerveza en algunas de las terrazas, mientras de fondo sonaba Shakira.
Nuevamente sonreímos, nos bajamos de las bicicletas, las dejamos a un costado y nos sentamos en una terraza. Pedimos una cerveza Heineken y un jugo, nos tendimos hacia atrás en unos cómodos sillones con vista al embarcadero y disfrutamos del paisaje.
Bonito blog, y estupendo relato de vuestro viaje. Espero no tardar mucho en poder visitarlo también.
ResponderEliminarSaludos.