domingo, 17 de mayo de 2009

La Deuda


Hace varios años, en un ciclo de cine de la Universidad Valparaíso vi un extracto de Plan Z. En él un grupo de amigos se reúne a discutir sobre política. Todos hablan contra el sistema, lo injusto del neoliberalismo, todas las acciones que se deben realizar para que de una vez por todas triunfe algo similar al socialismo, etc... Hasta que hace ingreso a la habitación una mujer de delantal a cuadrillé (de esos que venden en el Unimarc al costado de las cajas) y retira o repone vasos; entonces todos guardan silencio. Una vez que ella se retira, todos vuelven a hablar al unísono sobre las reformas y las revoluciones necesarias para cambiar la sociedad.

La deuda, el último libro de Rafael Gumucio, y el primero que escribe en tercera persona, se hace cargo de ese silencio y lo prolonga en murmullos y reflexiones personales que explotan administradamente cuando, por esas cosas del destino, la máquina cómoda de los Fondart y las creaciones culturales montada por un productor de cine, es saboteada por un contador buena onda, quien de un día para otro se lleva toda la plata de la empresa. Y como si fuera poco, vuelve tres años después y deja a la luz unas facturas que delatan triangulaciones del productor con ministros de estado para obtener recursos para las campañas políticas del periodo.

Fernado, el protagonista de este relato, es un chileno emergente que viene desde Macul. Con esfuerzo consigue becas que le permiten realizar sus estudios superiores en la Pontificia Universidad Católica, donde conoce a Fernanda; joven virgen y acomodada, con quien se casa, logrando junto al título universitario un ascenso en la escala social que le permite afianzar redes y lograr un relativo éxito. Esto hasta que Juan Carlos, un hombre de clase media sin la fortuna de Fernando, opta por robarle y desaparecer del mapa.

La deuda es un libro rápido de leer, en lenguaje coloquial y con citas chilenas que lo vuelven divertido. La historia es atractiva, aunque a veces peca de estar muy sociológicamente construida o descrita. A ratos el pensamiento del autor florece con demasiada transparencia en los personajes, poniendo un tema que no es nuevo en la generación de Gumucio y que a veces se vuelve un poco reiterativo: el origen social, la culpa y el arribismo.

Hace pocas semanas, cuando se publicaron los sueldos de asesorías en diversos organismos del Estado, apareció el nombre de Gumucio asociado a la subsecretaría de transporte. En la entidad el escritor aporta "frases e ideas" por la no despreciable suma de $700.000 mensuales, de acuerdo a lo consignado por The Clinic, medio en el que colabora como columnista.

Visto de esta manera, la forma de volver rentables las arcas personales vuelven muy tenues las líneas entre lo lícito y lo ilícito y, efectivamente, se prestan para generar cierta clase de remordimiento o vergüenza en quien por formación u origen social, sabe que el dinero no se consigue tan facilmente en otros sectores sociales.

Para terminar, una cita de la columna de Rafael Gumucio en el mismo The Clinic en el que se publica parte de su ingreso mensual:

"Más que nunca Chile se divide entre quienes aprovechan de las desigualdades y los que intentan cambiarlo, aunque sea porque intuye de manera egoísta que el crecimiento y la prosperidad es imposible en un país de inquilinos que mienten y patrones que no necesitan siquiera aprenden a mandar. Chile no podrá salir del subdesarrollo si reparte sus ingresos de manera subdesarrollada. Una clase media que sabe que por raza, por barrio, por educación, está excluida de mandar, es una bomba de tiempo. Una bomba que ni siquiera necesita estallar, que está haciéndolo todos los días, a través de un mutuo saboteo sin fin, de un fomento sin igualdad a todo tipo de mediocridades".

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