sábado, 25 de abril de 2009

Sinfonía otoñal en el Cerro Placeres


Es sábado por la tarde, la ciudad está a oscuras y una brisa fresca nos recuerda que es otoño a pesar del día caluroso. Mientras caminamos con Macarena, bajando por el Cerro Placeres, me es inevitable estornudar reiteradamente y sentir mis ojos irritados. Eso me recuerda el cambio de temperaturas y mi ausencia a la consulta de mi doctor broncopulmonar.

La Universidad Santa María nos recibe con su arquitectura medieval (o así al menos lo imagino), con luces ténues y amarillentas. En el hall compramos un par de alfajores para endulzar la espera e ingresamos al aula magna. Mientras saboreo mi alfajor con un suave sabor a naranja intento distraer a mi alergia para no estornudar en medio de la presentación de la Orquesta de Cámara de Chile.

Finalmente se apagan las luces, se instalan los músicos y entra flamante Juan Pablo Izquierdo, vestido en un traje de pingüino y con su cabello canoso, camina erguido y se instala delante de la orquesta.

Luego de un breve aplauso comienza a fluir la música en esa mágica convinación de instrumentos diversos, partituras e intérpretes. Es ahí cuando empiezo a divagar entre los rostros concentrados de los músicos y sus movimientos meticulosos, algunas de las cosas que he hecho durante la semana y, de a poco, comienzan a aparecer otras imágenes más oníricas. Así fue que la sinfonía N°4 de Féliz Mendelssohn empezó a llevarme hacia paisajes imaginarios, donde el agua fluía al ritmo de las melodías o estallaba junto con los bombos y violines... Luego la música parecía arrancada de una película de cine mudo, donde los cuadros sucedían ambiguos y la tensión y la felicidad corrían al ritmo de los instrumentos, casi hasta convertir a los músicos en proyectos de dibujos animados donde Tom y Jerry podrían aparecer corriendo en cualquier momento.

Después vinieron los aplausos, el silencio de Juan Pablo y la entrada de Svetlana Kotova, una pianista rusa que desde 1991 vive en Chile y se dedica a coordinar la Temporada de Ópera Internacional del Teatro Municipal de Santiago.

Con el protagonismo del piano, incluso más allá de las órdenes del director, quien le daba la espalda a Svetlana, las imágenes evocadas se diluyeron en un sentimiento de intimidad al borde de las lágrimas. Ahí recordé nuevamente a mi amigo Makuc, quien en su práctica de periodista merodeaba en estas presentaciones haciéndole entrevistas a los músicos destacados. Luego recordé los amaneceres en la casa de la calle Dinamarca en el Cerro Cárcel; la luz atravesando el ventanal y abajo la ciudad de Valparaíso, aguardando con todas las sorpresas y pesadillas que nos tenía preparadas. Finalmente el momento de mayor soledad que he tenido en mi vida, sobre la cama de mi hogar, desvordado en lágrimas y con las manos en el rostro.

Por suerte el piano y la orquesta posibilitaron, con su ritmo más alegre, la nueva salida del sol, la puerta abierta de la casa en calle Dinamarca y mis pasos alejándose hacia un nuevo horizonte de sueños y paisajes inexplorados. En compañía, por supuesto, de Macarena.

Una vez que el piano quedó en silencio y los aplausos se apoderaron del aula magna, sólo me quedó tomar la mano de Macarena, entregarle una sonrisa y darle las gracias por permitirme compartir con ella un momento tan especial.

Finalmente volvimos a las callejuelas con luces irregulares y amarillentas para tomar el camino cerro arriba, pasar por Plaza la Conquista, comprar un fogaza en la Panadería Arauco y volver a casa para comerla con una sopa de mariscos Maggi... Mientras resonaban todavía en mi cabeza las imágenes evocadas por la sinfonía N°92 de Franz Joseph Haydn y las manos maravillosas de esa mujer rusa extraviada en esta larga y angosta faja de tierra. Por cierto estornudé en reiteradas ocasiones mientras regresábamos al hogar, situación que por suerte no sucedió en el concierto.

sábado, 11 de abril de 2009

En busca de un lugar


El Jardín de al Lado cuenta la historia de una pareja de exiliados chilenos en España, su relación como familia y la forma en que sobrellevan una vida que en algún momento gozó de elevados sueños y luego se transformó en una serie de rutinas distantes, tanto a nivel personal como social.


En la contra tapa del libro se señala que este título se publicó cuando José Donoso volvió de Europa a fines de los ochenta.


El protagonista de la historia alguna vez soñó con ser parte del boom latinoamericano de literatura, sin embargo su única novela escrita hasta el momento peca de ser muy autoreferente. El texto es rechazado por una crítica literaria encargada de definir, en el viejo continente, quien era quien en el listado de autores latinoamericanos.


Finalmente, los protagonistas del relato bajan un poco las expectativas sobre sus vidas, como consecuencia de lo vivido en la realidad. Pero al mismo tiempo esta disminución de exigencias les permite descubrir que a veces la felicidad, o algo parecido, está más cerca de lo que se podría esperar.