El título es como una instrucción sacada de una tira cómica o un capítulo del Inspector Gadget. La gráfica del afiche y la presentación mantienen esa estética. Los personajes parecen caricaturas dentro de una comedia postmoderna, donde los organismos de inteligencia y sus antiguos antagonistas se dibujan como burocracias torpes y carentes de sentido, al menos respecto a los argumentos que antes surgían de la llamada guerra fría.
La gran motivación, del que podría ser el único personaje con un fin superior, consiste en conseguir el dinero para efectuarse una cirugía plástica que no cubren los seguros de salud norteamericanos y que, de acuerdo a su interpretación, le impiden acceder a la ansiada pareja vía internet.
Ella no se da cuenta que su jefe, un perdedor, como ella misma lo define, efectivamente se siente atraído por ella.
Es más onírico y embriagante soñar en las infinitas posibilidades de internet y la ciencia que aterrizar en las imperfecciones de un mundo real, con personas de carne y hueso, un poco gordas, un poco calvas, demasiado delgadas 0 un tanto nerviosas e inseguras de sí mismas.
El jefe y la empleada con ansias de un cuerpo nuevo se desenvuelven en un gimnasio, una pequeña empresa hasta donde llega por error un CD, el que es recogido por el encargado del aseo y entregado a un personal trainer, quien al abrirlo descubre una serie de archivos y datos de la CIA que hacen estallar su imaginación respecto al dinero que podrían obtener si sobornan al ex agente al que se le extraviaron.
De ahí en adelante los hechos se van sucediendo en forma vertiginosa, los personajes corren tras sus objetivos, en tanto va quedando al desnudo la fragilidad de las personas que se mueven en este mundo hiperconectado, donde la imagen desplaza la sinceridad y el individualismo se transforma en el centro concertado de las acciones.
Poner todos esos elementos sobre una trama divertida y sin sentido, con personajes hilarantes, sin mucho diálogos, pero con críticas certeras al gobierno de Estados Unidos (particularmente la era Bush), la vuelven una película que permite descubrir en esas caricaturas trozos de uno mismo o quizá de algunos de aquellos personajes que rondan por este Chile hiperventilado, con titulares de H1 N1, deslealtades partidistas y profesores enfurecidos. Donde las cosas ya no parecen tan claras, salvo por el interés común de alcanzar una tajada mayor de una torta de recursos que aquí, en un país subdesarrollado, no alcanza para todos con el mismo piso común de dignidad.
Quémese después de leerse es una buena oportunidad para reírnos del mundo en el que vivimos, sin dejar de ver que hay muchas cosas que definitivamente están mal, que son varios los ejes que están puestos fuera de sitio y que, por suerte, hay gente dispuesta a contarlo de una manera muy particular (al estilo de los hermanos Cohen) y sin perder el sentido del humor a pesar de la brutalidad de los hechos.
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Hace 8 años